23 may 2012

El salto

Algunas veces me imagino haciendo los exámenes por mis alumnos. Me imagino en la sala de exámenes y trato de revivir las sensaciones que se encuentran sobre una hoja en blanco. Algunas veces reciclo los nervios, los cafés, el temblor de las manos, y me doy cuenta de que ciertas cosas solo pueden sufrirse una vez. Quizá, por eso, haya semanas en las que está prohibido agachar la cabeza.



¿Cómo les digo que los admiro? ¿Cómo les digo que verdaderamente tiene mérito lo que hacen? ¿De qué manera puedo hacerles comprender que están viviendo un momento verdaderamente épico? Esta semana, esta semana de exámenes, será la más dura de sus vidas. Es imposible no sentirte frágil. Es imposible tener el ánimo alto. Es imposible que no te puedan los nervios, esa desazón del daño irreparable, y próximo. Y yo, de tan seguro como estoy, desde mi posición de adulto, ¿cómo puedo hacerles saber que todo lo que soy se lo debo al paso que ellos dieron? ¿Cómo puedo explicarles que todo ese esfuerzo vale la pena y que estas lágrimas, y tanta entrega, verdaderamente van a regalarles una versión más plena y más pura de ellos mismos?



Es tan duro crecer… Es tan duro hacerse mayor, ¡y más aún cuando se crece tan de golpe! Los días y las horas deberían sucederse de un modo gradual, pero no a saltos. Y cada día es un salto, un salto al vacío, y sobre su vacío. Y no hay nada que se considere gradual en un salto. Los saltos son, no queda otra, una cuestión de fe. Un atento de valor. Y una semana de exámenes.